María Guadalupe Espinosa García acaba de cumplir 18 años, pero su rostro aparenta de más edad, y es que la pobreza ha marcado su trayecto de vida, ha sido implacable con ella y ahora con sus dos pequeños de tres meses y dos años, con los que convive en un tugurio, en una absoluta indigencia en la falda de una montaña en el barrio “Flor de Liz II”, en Villa Altagracia.
Es la reproducción de un círculo de pobreza que se extiende desde su madre, su abuela y que aparenta continuar con una cuarta generación: sus hijos. Quisiera romper la cadena, pero está consciente de que necesita ayuda para lograrlo.
María vive en una casita de hojalata vieja con sus dos pequeños, Isaac, de tres meses, y Jazmín, de dos años. El piso es de tierra, no tiene muebles, solo dos sillas plásticas y aunque tiene una vieja estufa, cuando suele cocinar lo hace en un anafe porque casi nunca tiene para comprar gas.
Duermen en una vieja cama casi podrida debido a que cuando llueve el agua la empapa y de nevera hay un caparazón sin puerta ni motor que solo sirve para sostener algunos utensilios. Mirar el techo de la “casa” afecta la visión si hay sol. El zinc oxidado y la madera podrida dejan entrar todo, dependiendo de las condiciones del tiempo: la lluvia, el sol, el aire… y por ahí se fugan las esperanzas cuando María no encuentra el camino de salir de la situación.
Tampoco tiene baño y para hacer sus necesidades se va donde una tía o abuela que viven cerca y en mejores condiciones. Para bañarse María habilitó un pequeño espacio con pedazos de sábanas viejas en un rincón del pequeño solar, donde “se tira agua” con un cubo de galón de aceite cortado por la mitad o una vieja lata.
Ella mantiene como puede a sus hijos, pues los que como dice, son los padres de sus dos hijos, los niegan y nunca les han dado ni un peso. Isaac está siempre pegado de los gastados senos de María Guadalupe, mientras que Jazmín, se toma la leche que le consigue el esposo de su abuela, cuando suele hacer una chiripa, en un vaso plástico porque no tiene biberón.
El alcalde de Villa Altagracia, José Miguel Méndez (Luis Pavolo), le envía cada cierto tiempo algunas raciones alimenticias, pero muchas veces, tiene que ir a comer donde su abuela porque no tiene gas o leña para cocinar.
La casucha apenas tiene un bombillo y para tenerlo prendido, y tiene que pagar una factura prepago, la mayoría de las veces la recarga con 50 y 100 pesos.
“Yo quiero que me ayuden a hacer esta casita y que me ayuden a estabilizarme bien con mis hijos, para su alimentación, que me consigan un trabajito también de limpieza para darle de comer a mis hijos y vivir mejor”, expresa esperanzada María Guadalupe.
Su abuela, Santa Isabel Álvarez, dice que la “lleva a su nieta e hija colgada del alma” porque siempre han vivido con muchas necesidades. “La situación de ella viene desde el principio, cuando ella era pequeña, ella se crió en una situación demasiado crítica, a veces tenía que ir a comer a mi casa o yo llevarle la comida a la comunidad Novillero, se crió muy pobre, una vez se enfermó que no le quedó piel, yo la curé, gracias al Señor”.